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El problema de la primera persona en el cine documental contemporáneo por Pablo Piedras


Actualmente existe un infrecuente consenso entre críticos, teóricos, historiadores y aficionados respecto a la preeminencia del cine documental como territorio privilegiado de experimentación y desarrollo de las propuestas más innovadoras en el campo del cine
y del audiovisual, en términos estéticos, discursivos y políticos. Este fenómeno puede observarse en la creciente cantidad de films documentales que día a día ocupan más espacios de exhibición en las pantallas de festivales de cine (obteniendo inusitadamente en algunos casos un lugar en la competencia oficial junto a películas de ficción), emisoras de televisión y salas de artes. Se trata, además, de un fenómeno global, ya que la profusión de este tipo de cine se registra no sólo en Norteamérica y Europa, sino a nivel regional y nacional. Si bien dilucidar los factores que justifican dicho estado de
situación no es el objetivo del presente trabajo, debemos señalar que el desarrollo del cine documental ha sido jalonado, desde una perspectiva histórica, por una serie de sucesos claramente identificables. En primer lugar, las innovaciones tecnológicas que se
extendieron en el campo cinematográfico a partir de los años sesenta significaron una revolución esencial para el género, directamente comparable al impacto que la llegada del sonoro tuvo sobre el cine de ficción a comienzos de la década del treinta. Tras la
incorporación de las cámaras ligeras, los grabadores de sonido directo Nagra y las películas de alta velocidad, el cine documental ya no sería el mismo. El surgimiento de dos tendencias transformadoras como el Direct Cinema en los Estados Unidos y el
Cinéma Vérité en Francia, fue testimonio de ello. En segundo lugar, la evolución de los formatos videográficos y digitales desde fines de los setenta hasta la actualidad ha producido una incipiente democratización de los medios audiovisuales convirtiendo
estos últimos en una vía de expresión personal. En tercer lugar, los elementos mencionados y otros sobre los que volveremos más adelante, han derivado en una creciente subjetivización de los discursos documentales, que si bien encuentra sus inicios en la década del sesenta, se despliega sistemáticamente desde mediados de los noventa y es hoy una de las tendencias expresivas dominantes en el campo del cine documental.

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El presente trabajo tiene como objetivo delimitar el contexto teórico en que se inscribe la progresiva subjetivización del cine documental en el marco de los estudios sobre cine de no-ficción, proponer una serie de pautas clasificatorias para iniciar una lectura pertinente de un corpus de películas de la última década y realizar un análisis preliminar acerca de cómo se articulan las formas de la primera persona en algunos documentales latinoamericanos contemporáneos de carácter autobiográfico. La primera persona y los modos documentales de representación, dentro del campo de los estudios sobre cine de no-ficción, es seguramente Bill Nichols
quien ha diseñado –a través de un análisis sistemático del cine documental– la tipología más difundida. La misma, según sus propias palabras, intenta generar “formas básicas de organizar los textos en relación a ciertos rasgos o convenciones recurrentes” (1997:
32). A lo largo de diversos estudios Nichols postula la existencia de seis modos de representación en el cine documental: expositivo, de observación, interactivo o participativo, reflexivo, performativo y poético1. Según el autor, estos modos no tienen un carácter evolutivo en la historia del cine de no-ficción, sino que coexisten en el tiempo y, a su vez, también pueden hacerlo en el interior de una misma película. Las inscripciones del yo en el discurso documental comprenden la esfera de dos de los modos definidos por Nichols: el participativo y el performativo.
En el modo participativo la intervención del director se observa en forma de “mentor, participante, acusador o provocador en relación con los actores sociales” representados (Idem: 32). Podríamos decir que el realizador actúa como “agente catalizador” (expresión original de Erik Barnouw) dentro de la narración, ya que su intervención
explícita moviliza procesos de transformación en los sujetos y agentes sociales abordados, pero no necesariamente reconoce que la interactividad puede repercutir de manera directa en su experiencia subjetiva y en sus afecciones2.

En el modo performativo, en cambio, hay un trastorno observable de la experiencia del director –de su cuerpo, de sus disposiciones psicológicas y de sus actitudes–, que desvía nuestra atención de la cualidad referencial del documental. Este desvío tendría como propósito “subrayar los aspectos subjetivos de un discurso clásicamente objetivo” y dar un mayor énfasis a “las dimensiones afectivas de la experiencia para el cineasta” (Weinrichter, 2004: 49). En este sentido, es esencial la diferencia de grado respecto a lo que este modo documental afirma en sus enunciados. Siguiendo al teórico español Antonio Weinrichter, “el documental performativo se desvía de la vieja problemática de la objetividad/veracidad que tanto ha acompañado al género, y al mismo tiempo pone en primer término el hecho de la comunicación” (Idem: 50). Los enunciados performativos no serían verificables, a diferencia de los enunciados descriptivos; “aplicando la analogía al discurso del documental: decir ‘el mundo es así’ puede ser cierto o no; pero decir ‘yo digo que el mundo es así’ escapa a este tipo de verificación” (Idem: 51).
Asimismo, en contraste con el modo reflexivo –eminentemente moderno en su construcción–, la inscripción de la subjetividad del documentalista se impone por sobre la mostración de los procesos y mecanismos mediante los cuales se construye el film. El director literalmente “actúa”, siendo una primera persona que se materializa en la escena, ya sea interviniendo con su propio cuerpo o a través de un narrador omnipresente. Este procedimiento puede rastrearse en los trabajos de documentalistas contemporáneos de diversas latitudes y estilos, como Chantal Ackerman, Agnès Varda,
Ross McElwee, Lourdes Portillo, Alan Berliner y Michael Moore, entre tantos otros.

Modulaciones del yo en el discurso documental

Con el fin de desentrañar y organizar el cada vez más extenso corpus de films documentales que incorporan, de una u otra forma, la primera persona a sus relatos, he distinguido en un trabajo previo tres formas en que la subjetividad del autor se materializa en la imagen y el sonido, teniendo en cuenta las relaciones de proximidad
existentes entre el objeto de la enunciación o tema y el sujeto que se adjudica explícitamente dicha enunciación3. En primer lugar, se encuentran los documentales propiamente autobiográficos en los que se establece una relación de cercanía extrema entre el objeto y el sujeto de la enunciación4. En segundo lugar, se hallan los relatos que denomino de experiencia y alteridad. En éstos se produce una retroalimentación entre la experiencia personal del realizador y el objeto de la enunciación, observándose una contaminación entre ambas instancias, resultando la experiencia y percepción del sujeto
enunciador profundamente conmovida y el objeto del relato resignificado al ser atravesado por una mirada fuertemente subjetivizada5. En tercer lugar, se encuentran los relatos epidérmicos. En éstos la primera persona es sólo una presencia desencarnada o débilmente vinculada a la historia que se narra. Es difuso distinguir en ellos si el objeto de la enunciación es una mera excusa para la mostración del ego del realizador, un excedente del relato, o si la primera persona es realmente esencial para contar una
historia determinada y no otra6. Resumiendo y simplificando la clasificación, podrían distinguirse tres instancias de enunciación: un sujeto que habla sobre sí mismo, un sujeto que habla con el otro y un sujeto que habla sobre el otro.

Talking heads (1980) K. Kieslowski
Talking heads (1980) K. Kieslowski

Bases históricas y teóricas del proceso de subjetivización del cine documental

Una serie de factores estéticos, discursivos, sociales y tecnológicos habilitan y explican las transformaciones decisivas que desembocan en la creciente subjetivización de las prácticas documentales de las últimas décadas observable en la esfera regional e internacional, relacionadas a la relativa universalidad y productividad de los mismos. Para dar cuenta de dichos elementos retomaremos las propuestas de algunos estudiosos de la materia.

1) En primera instancia, siguiendo a la teórica e historiadora María Luisa Ortega, debe reconocerse la influencia de dos movimientos: el Direct cinema y el Cinéma vérité. Surgidos ambos hacia fines de la década de los cincuenta en Norteamérica y Francia respectivamente, liberan al cine documental de sus férreas estructuras promoviendo la experimentación formal y un mayor acercamiento entre el cineasta y la realidad que lo circunda:

El minimalismo observacional favorecido por el primero y la puesta a punto de la
cámara como dispositivo provocador y catalizador al servicio de la encuesta social del
segundo enfrentaron al espectador, como estaban haciendo las vanguardias
contemporáneas, con nuevas temporalidades del devenir de los acontecimientos, con las capacidades reveladoras del azar y el registro no controlado […] y con el placer del
intercambio verbal no narrativizado (Ortega, 2005: 196).

2) Otro factor desencadenante es el desarrollo de las tecnologías videográficas hacia fines de la década de los cincuenta. El video (surgido como evolución necesaria para la difusión masiva de la televisión) impone cambios sustanciales en las tradiciones
hegemónicas del documental de la época, cambios que, si bien tienen una raíz tecnológica, terminan siendo promotores de transformaciones estéticas. Dichas modificaciones, señaladas por el historiador español Manuel Palacio, podrían resumirse en dos elementos:

a) La duración de la cinta de video, al momento de su creación, era de 30 minutos, contra los 11 minutos de la bobina de 16 mm. Esta diferencia es clave para la producción de planes de rodaje y permite, a su vez, un acercamiento menos mediatizado entre el cineasta y su objeto (Palacio, 2005: 163).

b) También, con el video, se pueden visualizar instantáneamente las imágenes registradas, existiendo en la base de la tecnología cinematográfica un hiato insoslayable entre la instancia de la captación y la de la exhibición. De esta manera, el documentalista tiene mayor control sobre el material y más posibilidades de manipularlo (Idem: 164).

3) Estrechamente vinculado al factor anterior, un elemento de relevancia para pensar la primera persona en el cine documental es el desarrollo, hacia comienzos de la década de los sesenta, del denominado “nuevo periodismo” en el campo de la televisión
norteamericana, ya que este movimiento impulsa “la doble operación de incorporar al narrador en primera persona en géneros de no ficción y, por el otro, construir relatos tan entretenidos como lo hace la ficción” (Idem: 177).

4) Parafraseando una idea de María Luisa Ortega, existiría una tendencia –asentada en el relevo que la televisión hace del documental como práctica referencial durante la década de los sesenta– a pensar el cine documental como práctica discursiva y ya no como práctica mimética, lo que lo emparentaría con el trabajo de experimentación sobre la materia narrativa realizado por las vanguardias. En este marco, películas como Berlin, Die Symphonie der Großstadt (Walter Ruttmann, 1927) y À propos de Nice (Jean Vigo, 1930) serían algunos de los antecedentes de esta tendencia no mimética experimental que se habría visto domesticada por un giro socio-político del documental efectuado hacia la década de los treinta, con el fin de “hacer sus mensajes más directos y efectivos
como instrumento de acción” (Ortega, Op. cit.: 188).

5) El crítico francés Jean-Louis Comolli piensa la profusión de la primera persona en el cine documental como una suerte de antídoto o reacción al discurso de los medios masivos de comunicación y específicamente al de la televisión. Comolli indica que los
medios de comunicación construyen un mundo devenido en espectáculo, en el que los hechos parecen ocurrir primero en la televisión que en la realidad, ocupando lo real de la representación el lugar de la representación de lo real (2004: 46).
La respuesta del documental subjetivo sería reconciliarse con el registro del documento creando un vínculo “cuerpo-palabra-sujeto-experiencia-vida que garantice que la experiencia de la filmación repercutirá en el cuerpo filmado”. De esta forma, “el cuerpo
filmado del cineasta impone una prueba más de la esencia documental de la película capaz de producir un efecto de verdad indiscutible” (Idem: 48).

6) Por último y a manera de hipótesis, es posible pensar que la reiterada utilización de la primera persona en el documental latinoamericano de la última década se basa en la imposibilidad del documental clásico de dar cuenta de una verdad histórica sobre los
hechos traumáticos de la historia reciente. Resignificando la lectura del pasado a través de la propia subjetividad de los realizadores, el documental subjetivo encuentra verdades parciales, tentativas y provisorias, pero profundamente encarnadas y operativas para la construcción de una memoria cercana que transite de lo individual a
lo colectivo, invirtiendo de esta forma la parábola del cine político militante de la década de los setenta.

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Algunas reflexiones sobre la modalidad autobiográfica en tres documentales latinoamericanos

Una característica común identificable en un grupo de documentales latinoamericanos de la última década inscriptos en la modalidad autobiográfica de representación es la recurrente construcción de un sólido dispositivo narrativo que –a diferencia de lo que sucede en obras en las que subjetividad está inscripta a partir de otras modalidades– se mantiene, con notable rigurosidad, a lo largo de todo el relato. La persistencia y la estabilidad de estos dispositivos narrativos sólo se verá vulnerada, como analizaremos más adelante, en instancias clave del desarrollo del documental. Asimismo, es importante destacar, que la elección del dispositivo y las características que éste adopta, están fuertemente vinculadas a la relación que los autores tienen con el tópico abordado y a su grado de participación en el relato. A modo de hipótesis, podríamos sostener que el compromiso ético y afectivo que significa poner en circulación audiovisual un fragmento de historia personal, desde una práctica documental subjetiva en la que la autoría encuentra un correlato en la participación real del director dentro de la narración,
necesita de un dispositivo férreo que sostenga formalmente este compromiso, funcionando al mismo tiempo como una garantía de verdad que el autor le brinda al espectador, pero también como un soporte que regula los intercambios intelectuales y afectivos entre el realizador y los diversos componentes del mundo representado. Un pasaporte húngaro (2001), de Sandra Kogut, es una suerte de diario íntimo de las travesías de la directora entre Brasil, Hungría y Francia; crónica kafkiana de las frustrantes y absurdas experiencias por las que debe pasar una ciudadana brasileña en busca de un pasaporte húngaro. Este periplo la confronta también con cuestiones esenciales acerca de la identidad personal y nacional, sugiriendo una serie de preguntas que son compartidas por más de un relato autobiográfico. ¿Qué es la nacionalidad? ¿Dónde se coloca la herencia? ¿Qué hacemos con la memoria mientras no aparece? ¿Para qué sirve un pasaporte? ¿Cómo construimos nuestra propia identidad?
Tal como lo anticipábamos, la puesta a punto del dispositivo narrativo mantiene estrechas vinculaciones con la estructura dramática de la historia que se documenta. Un pasaporte húngaro, a diferencia de Rocha que voa y Calle Santa Fe, plantea una
estructura narrativa lineal. La intriga, casi a la manera de un film de detectives, se traza desde la siguiente pregunta: ¿podrá la directora superar los obstáculos que le imponen la burocracia brasilera, la intransigencia de la burocracia francesa y las incongruencias
absurdas de la burocracia húngara, y obtener, finalmente, su pasaporte húngaro? Podríamos sostener que la característica esencial del dispositivo construido por Sandra Kogut es el ocultamiento. Ocultamiento doble, ya que su cuerpo (con dos breves y justificadas excepciones) no aparece nunca frente a la cámara, pero también ocultamiento de la cámara como instancia enunciativa, ya que si bien su presencia es atestiguada constantemente por los entrevistados que dialogan frontalmente con ella, esa presencia da cuenta y escenifica el cuerpo elidido de la realizadora. Este modelo,
denominado por la narratología cinematográfica como ocularización interna, no es otro que el adoptado por el ya clásico film noir La dama del lago (Roberto Montgomery, 1947). De esta manera, el espacio de la voz off de Kogut que transmite sus preguntas,
sus disquisiciones y sus dudas a los entrevistados, puede ser fácilmente ocupado por los espectadores, provistos, gracias al dispositivo narrativo, de una centralidad poco frecuente. Luego, el drama identitario, personal, subjetivo e intransferible de Sandra
Kogut, es vivenciado y transferido al espectador a través del funcionamiento de los procesos de identificación primaria y secundaria propios del cine de ficción.

Ahora bien, el dispositivo, se complementa con la inserción de imágenes documentales de Brasil y Hungría de los tiempos en que los abuelos de la directora iniciaron su proceso de inmigración, huyendo de la escalada nazi en Europa. Este contrapunto de
imágenes, muy frecuente en el documental tradicional, otorga un espacio de descanso y reflexión, interrumpiendo el fluir de la narración, y creando una atmósfera sugestiva y melancólica. Finalmente, el dispositivo narrativo sufre una fuerte modificación cuando la directora, un año después de iniciado su periplo, consigue el pasaporte húngaro. Este quiebre del dispositivo muestra a Kogut por primera vez frente a la cámara y desanuda la emotividad contenida en el instante preciso en que el film encuentra su clímax.
Rocha que voa (2002), de Eryk Rocha, cuenta uno de los períodos menos conocidos de la vida del cineasta brasileño Glauber Rocha. El exilio en Cuba, de 1971 a 1972, coincide con una época de euforia y discusión sobre el papel del arte en la revolución social y política de los países latinoamericanos y del tercer mundo. Glauber Rocha
incita a los cubanos a dirigir un movimiento cultural amplio y a trazar objetivos y estrategias de acción con su lenguaje barroco, compulsivo y poético. El documental, dirigido por el hijo del gran cineasta brasileño, es además una revisión histórica de las
discusiones planteadas en torno a la encrucijada artística y política sobre la que se construyó el Nuevo Cine Latinoamericano, movimiento cinematográfico continental que tuvo su auge hacia fines de la década de los sesenta.
Sin duda, se trata del documental en el que menos resuena la voz de un “yo” y la constitución concreta de una primera persona. El dispositivo narrativo dispuesto por el realizador oculta sistemáticamente todas las huellas que puedan dar cuenta su identidad y la relación de parentesco que éste tiene con la figura de Glauber Rocha (relación filial que es difícil no intuir desde los mismos créditos del film). Nuevamente, las características del dispositivo parecen concordar con la perspectiva que Eryk Rocha
desea brindarle al relato sobre su padre. Contrariamente a lo que sucede en la gran mayoría de los documentales autobiográficos, el eje de la representación se desplaza de la esfera privada, de la historia íntima, de la relaciones familiares y de las dimensiones
afectivas que se ponen en juego, cuando el hijo de Glauber ensaya un relato para abordar todos aquellos acontecimientos que constituyen la memoria de su padre. En este caso, las relaciones filiales parecen ser las establecidas por la figura de Glauber Rocha
como uno de los padres del Nuevo Cine Latinoamericano, y por Eryk Rocha, cineasta, que se reconoce cómo hijo artístico de ese movimiento.

Glauber Rocha

Colocando las filiaciones cinematográficas por sobre las filiaciones biológicas el realizador construye un dispositivo narrativo en el que las transgresiones al documental tradicional están sostenidas por una batería compleja de intervenciones estilísticas sobre la enunciación documental. La ausencia de cuerpo y de voz, tiene como contrapartida la mostración del autor en la materialidad del discurso. En consecuencia, el silencio biográfico amplifica
el gran relato de la inmensa figura de Glauber Rocha y el aporte revolucionario de su pensamiento para la construcción –todavía inconclusa y en “trance”– de un auténtico cine latinoamericano. Así lo señala el crítico brasilero José Carlos Avellar:

En lugar de convencionales cabezas parlantes, cada uno de los convocados son distorsionados, de-formados. Alfredo Guevara habla a través de una pantalla de televisor, García Espinosa aparece fuera de foco, mientras un abrupto primer plano registra la mitad inferior de su cara, luego un ojo; de Birri, también, los
anteojos y un ojo magnificado. Y es que Eryk los ve y nos los muestra de una manera diferente. Es como si a través de esas distorsiones pusiera una distancia entre los contemporáneos de su padre y el presente. El presente le pertenece, y en el presente otra es la estética (Avellar, 2003).

El dispositivo narrativo está construido además por recurrentes inserts de planos que muestran el cielo y el mar de Cuba. Estos elementos brindan lapsos de distensión a un relato que, por momentos, parece sobrecargarse de información debido a la
superposición de la palabra de los entrevistados y de la voz del propio Glauber Rocha que ocupa incesantemente el espacio intelectual de la reflexión en el film. Únicamente hacia el final, en el clímax del relato, cuando el testimonio de su último amor cubano
toma la palabra y la dimensión afectiva se impone a la intelectual, el dispositivo presenta una ligera modificación: la imagen de un joven (¿quién otro que Eryk Rocha?) aparece fantasmáticamente sobre las olas de ese mar hermoso y lejano que acaricia las costas de la isla.
Calle Santa Fe (2006), de la documentalista chilena Carmen Castillo, es un relato autobiográfico en el cual la realizadora reconstruye su memoria personal desde el Chile actual, de los acontecimientos que llevaron a su compañero y pareja, Miguel Enríquez,
Secretario General del MIR, a ser asesinado en un enfrentamiento armado por fuerzas de la DINA, la policía secreta de la dictadura de Pinochet en 1974. En ese enfrentamiento Carmen Castillo, embarazada, queda herida y pierde a su bebé.

Posteriormente, y no sin ciertas dificultades, Castillo logra salir del país encontrando su exilio definitivo en Francia, itinerario que también marcaría la vida de otros realizadores chilenos.
El dispositivo narrativo mediante el cual Carmen Castillo construye su subjetividad en este documental, es a todas luces diferente de los analizados en Un pasaporte húngaro y Rocha que voa. La razón es que lo autobiográfico adquiere las dimensiones que el concepto tradicionalmente adopta en literatura. Ya no se trata de un ejercicio de memoria sobre el devenir político, artístico y personal de un padre –como en el film de Eryk Rocha–, ni una indagación en tiempo presente sobre la identidad, los orígenes familiares y las raíces culturales –como en la obra de Sandra Kogut–, sino del trabajo
personal de reconstrucción de la memoria y elaboración del duelo de un ser querido, como pieza clave para comprender el presente histórico e intentar cauterizar las heridas de un pasado aun doliente. Esta experiencia individual es, quizás, intransferible, y el modo cinematográfico de representarla debe dar cuenta de este imposible salto de lo subjetivo a lo público, que, en alguna medida, los documentales mencionados intentaban ejecutar.
De esta manera, el yo de la directora se enuncia desde los primeros tramos del relato a través de la voz en off. Pero la presencia de esta voz inconfundible que se autodenomina como el objeto de la enunciación a la vez que el sujeto de la misma, es acompañada por
extensas secuencias en las que el cuerpo de Carmen Castillo permanece frente a cámara.
Se genera entonces un desdoblamiento: el yo de la voz en off se complementa con el yo de la presencia corporal en el cuadro, transformándose este desdoblamiento en duplicación en los momentos de mayor emotividad del film, a partir de la copresencia
en el mismo segmento narrativo de los dos elementos subjetivos que constituyen el dispositivo. Así como sucedía en la película de Sandra Kogut, los elementos que escenifican la primera persona en el documental, son alternados, a través del montaje, con imágenes de archivo en las que se visualizan los eventos aludidos por la voz
narrativa principal de la reconstrucción histórica que atraviesa el film. Sin embargo, en el caso de Calle Santa Fe, las imágenes de archivo tienen claramente una doble procedencia. Por un lado, se encuentran las imágenes que documentan la historia compartida, la historia pública de los acontecimientos. Este grupo de imágenes produce el avance cronológico de la narración, y representa la puesta en común de una memoria popular. Por otro lado, acentuando la relación dialéctica elaborada durante todo el film
entre lo público y lo privado, aparece un grupo de imágenes que reafirman la memoria

individual de la realizadora, su vida en el exilio parisino y su primer retorno a Chile. Se trata sin duda de un dispositivo narrativo híbrido en el cual lo privado convive con lo público y genera múltiples intercambios y resignificaciones. Esta es la apuesta estética y
política sustancial del documental de Carmen Castillo.
Por último, dos obras recientes del documentalista chileno Patricio Guzmán, presentan un dispositivo narrativo distinto a los anteriormente analizados. Salvador Allende (2004) y Mon Jules Verne (2005) comparten la inscripción del yo del realizador en el
seno del relato, pero el desplazamiento del terreno eminentemente autobiográfico se transcribe en el despliegue de estrategias discursivas heterogéneas y formalmente dispersas.
En Mon Jules Verne, Guzmán se vale de una introducción autobiográfica para justificar el motivo del posesivo indicado en el título del film: la temprana lectura de la literatura fantástica de Julio Verne habría dejado una huella indeleble en la experiencia de vida
del director. A partir de ese momento, la enunciación en primera persona que se había sostenido exclusivamente desde una voz en off cede progresivamente el eje del relato a una serie de testimonios de diversa índole. Científicos, escritores, deportistas y aventureros narran, como lo hizo Guzmán en la primera parte del documental, las
implicancias afectivas e intelectuales que el contacto con la obra de Julio Verne produjo en sus vidas. El dispositivo narrativo de la obra está compuesto por un montaje alternado de estos testimonios con un collage de imágenes de películas, grabados, pinturas, dibujos y animaciones que tienden a ilustrarlos. La voz de Guzmán, incorporada inicialmente, es una más dentro del concierto de voces que dialogan con Verne y su legado. Nos encontramos así con una de las características recurrentes en el documental contemporáneo: la imposibilidad de representar el mundo sin explicitar las mediaciones existentes entre el mismo y el discurso desde el cual se lo refiere. En este caso, el film pareciese sostener que sólo es posible hablar de Julio Verne a partir del relato de la experiencia que ha causado el encuentro con su obra.
De forma análoga, durante los primeros minutos de su documental sobre Salvador Allende, la voz en off de Guzmán señala cómo la figura del presidente chileno marcó su vida para siempre, en un estilo casi confesional: “yo no sería lo que soy si él no hubiera
encarnado la utopía en aquellos tiempos”. Inmediatamente después, desde una cámara subjetiva, vemos sus brazos cascando las antiguas capas de pintura que yacen sobre un muro.

Ese ejercicio de remoción se descubre como un símbolo del doloroso trabajo de la memoria que significará el recorrido del film. La experiencia sigue siendo el eje rector desde el cual se estructuran los testimonios que recompondrán el itinerario político y personal de Salvador Allende ya que la cámara de Guzmán se posa sobre
militantes y amigos que construyen su discurso desde la experiencia afectiva antes que desde la evaluación intelectual. La voz en off del realizador retornará intermitente al relato pero ya no como una voz subjetiva en primera persona sino como un relator que articula los diversos testimonios sobre Allende.
El análisis de ambos documentales de Patricio Guzmán demuestra que los dispositivos narrativos de la modalidad de experiencia y alteridad pareciesen estar conformados por una estructura más libre en cuanto a la organización de sus elementos discursivos.

Conclusión
El análisis precedente se internó en una de las tendencias expresivas y estilísticas existentes en el documental latinoamericano contemporáneo. Sin duda, la irrupción de la subjetividad es uno de los fenómenos de mayor productividad estética y política en el
marco del proceso de transformación aún inconcluso del cine documental. La incorporación de las formas de la primera persona en el seno de las prácticas documentales que se han definido tradicionalmente en relación a los “discursos de sobriedad”7, promueve la aparición de nuevos pactos comunicativos entre la obra y el espectador, a la vez que genera un giro epistemológico que se vislumbra en la ruptura de los sistemas explicativos tradiciones por medio de los cuales el documental clásico explicaba y daba cuenta de diversos fenómenos históricos, políticos y sociales. Aunque
estas transformaciones no se encuentran exclusivamente en el documental en primera persona y están vinculadas también a otras variantes expresivas contemporáneas –entre las que podemos mencionar las hibridaciones entre documental y ficción y los fakes
(falsos documentales)– han sido particularmente significantes en Latinoamerica debido a su intersección con problemáticas históricas y sociales más amplias como la emergencia de las políticas públicas de la memoria tras los hechos traumáticos ocurridos durante los últimos procesos dictatoriales, las diversas crisis institucionales, políticas y económicas de la década del noventa y la consecuente configuración de nuevas identidades culturales, políticas y de género.

*Grupo CIyNE, Instituto de Historia del Arte Argentino y Latinoamericano (FFyL, UBA), Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica

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NOTAS

1 A los primeros cuatro modos documentales de representación –expositivo, de observación, participativo y reflexivo– expuestos en el libro La representación de la realidad (1991), el autor añade otros dos modos en su libro Introduction to documentary (2001) –los modos performativo y poético, que se definen a partir de desprendimientos de los modos participativo y expositivo respectivamente–.
2 Podría decirse que uno de los primeros films que articulan su discurso sobre formas precisas de la primera persona dentro del modo participativo de representación es Chronique d’un été (Edgar Morin y Jean Rouch, 1960). En este paradigmático documental, los realizadores colocan su cuerpo frente a la cámara y se cuestionan acerca de los modos a partir de los cuales mostrarán una determinada realidad social y los sujetos que en ella interactúan. Los protocolos de negociación entre los cineastas y los testimoniantes son puestos en primer término, y los primeros resultan “agentes catalizadores” de las historias personales narradas por el film. Sin embargo, la transformación interna que los propios cineastas sufren a lo largo de la película es acotada. Este es un rasgo esencial que diferencia el modo participativo del performativo, como veremos seguidamente.

3 Ver Piedras, Pablo, “Considerations on the appearance of the first person in the Argentine contemporarydocumentary”, en Rocha, Carolina y Cacilda Rego (eds.), New Trends in Argentina and BrazilianCinema, Londres, Intellect Press, 2009. ISBN en trámite (EN PRENSA).
4 Acabado ejemplo de esta modalidad es la obra del documentalista norteamericano Alan Berliner quien construye sus autorretratos y retratos familiares, enfocando su lente hacia el pasado distante. Una de sus obras más reconocidas y lúcidas es Nobody’s business (1996), en la que intenta indagar sobre la historia familiar a través de la palabra de su padre. La utilización del verbo “intentar” no es casual, ya que el film podría leerse metadiscursivamente como un documental sobre las dificultades con las que el director se
encuentra para realizar un documental sobre su padre. En su trayecto, Berliner crea un compromiso de transparencia y confianza con el espectador, quien asiste a sus infructuosas tentativas por generar un diálogo al que su padre no parece estar dispuesto a prestarse. Para esto, el director se sirve de un género como la comedia, a través de una batería de recursos audiovisuales, entre los que se destaca un manejo contrapuntístico de la banda de imagen y de la banda sonora.
5 Dos películas, en el plano internacional, se nos ocurren como ejemplo de esta modalidad de la primera persona: Los espigadores y la espigadora (Agnès Varda, 2002) y Sherman’s March (Ross McElwee, 1987). En la primera, la identidad de la directora resulta profundamente conmovida por la relación que se establece con los hombres y mujeres que viven de la recolección de basura y desperdicios. Varda estructura su film recurriendo a una forma ensayística en la que alterna entrevistas con reflexiones personales y planos detalle de sus manos envejecidas y de sus cabellos grises. La vinculación con seres humanos que a primera vista pueden resultar lejanos modifica sustancialmente su subjetividad al llevarla
a encontrar –tal como el título del film lo indica– una clara correspondencia entre el mundo de los recolectores de desechos y su propia práctica como documentalista recolectora de imágenes. En el documental de Ross McElwee sucede algo similar. Siguiendo la ruta que el general Sherman emprendió durante su campaña en el sur de los Estados Unidos en tiempos de la guerra civil, el director –recientemente abandonado por su novia– emprende una búsqueda interna a través de encuentros y charlas con diferentes mujeres a lo largo del camino. De esta forma, la película se convierte en el retrato de la crisis personal del realizador y al mismo tiempo en un entretenido análisis sobre las características de las mujeres sureñas.
6 En la variante del documental de autor, se adscribirían a esta modalidad obras como Crónica de un verano, de Jean Rouch y Edgard Morin, y también Le joli mai (Chris Marker, 1963), en las que la escenificación del cineasta funciona como un agente catalizador de la acción. Dentro de la tendencia televisiva, se encontraría, entre otros, un cineasta como Michael Moore, que, en films como Roger and me (1989) o Bowling for Columbine (2002), se convierte en portavoz de un discurso político alternativo al hegemónico, pero –como señala María Luisa Ortega– “tan seguro de sí mismo y de su poder explicativo como éste” (2005: 205). La voz de Michael Moore es la de un narrador “sin fisuras epistemológicas ante el mundo y su forma de interpelar a los sujetos sociales obedece no tanto a un ejercicio de preguntar y preguntarse, sino a una práctica más clásica: testimonios e interacciones al servicio de un discurso preestablecido” (Idem: 205).

7 Según Bill Nichols (1997) éstos incluyen los discursos de las ciencias, la economía, la política y la
historia, que afirman describir lo real, con pretensiones de verdad respecto a su referente.

Bibliografía
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n.º 1, Guadalajara, agosto de 2003.
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Documental y vanguardia, Madrid: Cátedra, 161-184.
Weinrichter, Antonio, 2004, Desvíos de lo real. El cine de no ficción, Madrid: T&B
Editores.

La memoria obstinada. El cine documental de Patricio Guzmán y la revolución chilena de Salvador Allende por María Noelia Ibañez*


Salvador Allende
Salvador Allende

Introducción
A mediados de los años sesenta Chile comienza a experimentar sus propias características de la revolución, palabra que en acciones se redoblará en Latinoamérica luego de la experiencia de la Revolución Cubana. A través de la Unidad Popular, Salvador Allende llegará al gobierno en 1971 y será derrocado por un golpe cívico-militar en 1973. La experiencia chilena, caracterizada como “la vía chilena al socialismo” por ser una búsqueda pacífica de cambios radicales en todos los aspectos de la sociedad, ha sido la columna vertebral en la obra del cineasta chileno Patricio guzmán. Consideramos muy importante para la comprensión del proceso único vivido en Chile el análisis del mismo en función de lo que el cine de lo real (documental) nos muestra desde la crítica lente del cineasta Guzmán y su obra enfatizada en la búsqueda de las voces del pueblo.
La construcción de la Unidad Popular como una conjunción de las distintas vertientes de izquierda, se forja en Chile como resultado de una larga y continua experiencia de los partidos Socialista, Comunista y otros sectores afines, que convivieron en los espacios políticos del país trasandino desde el siglo XIX. Chile presenta esa característica y otras que la hacen muy particular dentro del entramado político social de mediados de los años cincuenta con la movilización causada por la Revolución Cubana. Pero no solamente es bajo aquel contexto que Chile interpreta al modo de su pueblo las posibilidades reales de una lucha revolucionaria. Sólo por dar un ejemplo, diremos que en 1932 un golpe militar socialista toma por diez días el poder, al mando de Marmaduke Grove1, quien se convertiría en un héroe para la izquierda de ese país, en lo que se llamó la “República socialista”.2 La izquierda chilena siempre se había constituido como una alternativa electoral o había formado parte de los Frentes Populares, como lo hizo en 1964 cuando el radical Aguirre Cerda llegó a la presidencia y Salvador Allende formó parte de su gabinete como Ministro de Salud.

Las dos grandes vertientes historiográficas con respecto al sentido que tuvo la Unidad Popular, su construcción, su gobierno y su derrota, se centran principalmente por un lado en las posturas que colocan el eje de observación en las problemáticas internas de la Unidad, entre las fuerzas que la conformaron y la relación con los militares. Por otro lado, se ubica la cuestión en relación al papel jugado por Estados Unidos en connivencia con la derecha chilena. Como hipótesis general creemos que estas dos vertientes están claramente expuestas en el documental “La batalla de Chile”, muchos años antes de que la historiografía se ocupase del período 1970-1973; con las características propias que veremos más adelante. “La memoria obstinada” es un documental que puede leerse en clave de continuidad con La batalla… filmado en 1997 por Guzmán a su regreso a Santiago, constituyendo así una búsqueda interior a través de los restos de la historia. En el documental “Salvador Allende” realizado en 2004, Guzmán emprende una relectura de un pasado que le pertenece, del que fue parte, a través de una búsqueda biográfica de la figura del presidente que le dio vida a la Vía chilena al socialismo en un contexto latinoamericano donde la lucha armada parecía ser la alternativa más viable para combatir al capitalismo y al imperialismo. Trataremos en este intento de análisis histórico estos dos documentales del director Guzmán, el primero de los cuales se halla fragmentado en tres partes y fueron filmados en el mismo momento en que el proceso histórico político, social y cultural que muestra, está sucediendo. Es decir que en “La batalla de Chile” tiene primacía la “cámara real”, el pueblo, las voces de la lucha de clases, que como subtitula Guzmán es la “lucha de un pueblo sin armas”, título con el que Marta Harnecker3 (quien colaboró en el guión del documental) analiza el proceso de la vía al socialismo.

Presidente Salvador Allende el 11 de Septiembre de 1073 - Foto 5 (Completa) (2)
Presidente Salvador Allende el 11 de Septiembre de 1973

La batalla de Chile
“Durante muchos años yo no sabía lo que era La Batalla de Chile. Incluso mientras la hacía, pensaba que no le iba a gustar a nadie, que era sólo para estudiosos, para iniciados. No tenía idea de qué valor universal podía tener.”4
En la primera parte de “La batalla de Chile”, La insurrección de la burguesía, Guzmán nos muestra cómo la oposición al gobierno de la Unidad Popular emprende su lucha burguesa contra el poder popular. El director, además de mostrarnos los hechos en el momento en que estaban ocurriendo, recurre a entrevistas diversas con la gente en la calle. Las manifestaciones de la oposición se hacen presentes en el período de mayor conflicto interno de la Unidad Popular y del gobierno con los demócratas cristianos particularmente. En 1973 el boicot económico y financiero al gobierno es un hecho consumado que Guzmán registra a partir de las voces de los trabajadores, la clase media y los protagonistas directos, como los discursos pronunciados por Allende y por los diputados de la oposición. La necesidad de diálogo con la Democracia Cristiana se había diluido en el marco de las negativas que la oposición, acompañada por Estados Unidos, sostenía cada vez con mayor firmeza. La batalla política que implica las posiciones inmóviles de la oposición son registradas por Guzmán con minuciosa intencionalidad de mostrar un mapa completo de la situación, sin resistirse a dejar de lado ninguna imagen que pudiese ocultar las intenciones de la sociedad en general. La derecha organiza huelgas y allana el camino para la restricción y falta de alimentos, así como divide a la clase trabajadora, poniendo al gremio del transporte en contra del gobierno, facilitando de este modo el bloqueo económico.5
Guzmán pone en juego la dialéctica entre el pueblo que lucha desde abajo por sostener un gobierno que le pertenece, cuya identidad le es propia, y la lucha de la derecha por romper esa identidad, marginar que la clase trabajadora consiguió con la construcción de la Unidad. La confrontación de clases se muestra en vivo y en directo, no es necesario darle carácter de ficción a lo que es, lo que está siendo un proceso presente que a lo largo de los años se convertiría en un documento por su valioso aporte a la historia chilena. El manejo de los primeros planos de los rostros acompañan las diversas opiniones sobre la situación del país. La llamada estrategia de masas de la derecha, se encuentra expresada en los rostros “desencajados” de los manifestantes que denominan a Allende y su gobierno como “repugnantes anticomunistas que deben irse del país”, retratados por Guzmán en una de las vertiginosas manifestaciones de la lucha antipopular de la derecha chilena. A partir del paro de octubre de 1972 donde la derecha inclinó a sectores trabajadores hacia una lucha contra el mismo gobierno que estos apoyaban, la organización clandestina Patria y Libertad comienza a accionar a través de actos terroristas y en la organización de fuerzas paramilitares de choque6. Con la destreza de un documentalista inmerso en los acontecimientos, Guzmán expresa la coyuntura, porque no es su cámara quien lo hace sino la sociedad misma quien se manifiesta ante ella sin reparos. Es el propio director quien narra y permite la narración directa de los protagonistas: la lucha de clases, Allende, los miembros de la Democracia Cristiana, los trabajadores de la CUT (Central Única de Trabajadores). Los testimonios manifiestan lo que quiere decirnos Guzmán, cumplirán con los años, la función de la memoria y el testimonio, dos conceptos tan complejos como necesarios para analizar la historia. Podemos ejemplificar lo expresado, en una escena donde Guzmán entra a un departamento de clase alta, solicitando hacer una encuesta para el plebiscito que busca derrocar a Allende con la unidad de la derecha a través de la Democracia Cristiana. Una mujer joven le dice que votará a favor del candidato de la derecha para que vuelva la democracia al país, mientras Guzmán hace un paneo general donde se observan las condiciones materiales de vida de la familia que habita la casa y el plano general abierto desde la ventana donde se demuestra que es un barrio residencial de Santiago. Los manifestantes reunidos en la plaza, la tarde de las elecciones, convencidos de su triunfo se declaran a favor de la salida democrática y la necesidad de que Allende se fuera del país para derrotar al marxismo. Ya habían comenzado su propia lucha desde el accionar económico político que conducía al desabastecimiento de alimentos.

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Dicha situación, agravada por el mercado negro con que especula la derecha, es lo que Guzmán comienza a narrar y a escuchar a partir de la voz del pueblo que va a buscar los alimentos racionados y se mantienen firmes acompañando a la Unidad Popular. Esa firmeza es transparentada por el director a través del diálogo directo y la cámara buscando continuamente la expresión de los rostros, los gestos y los planos generales que nos ubican en el contexto. De esta manera Guzmán registra la percepción contemporánea de la realidad desde todos los puntos de vista, lo cual implica la mirada del registro documental con la mayor amplitud posible. Es decir, “la percepción total, objetiva” que encarna la percepción de lo real7.
En la segunda parte, “El golpe de Estado”, se muestra cómo a mediados de marzo la lucha de clases se agudiza, entre aquel mes y septiembre de 1973 el boicot económico provocado por la derecha agrava los problemas sociales que Allende intenta enfrentar cambiando el gabinete por completo, colocando en algunos ministerios a militares llamados “constitucionalistas” y bregando por la no utilización de lucha armada en ningún momento para no desatar la sangre derramada entre hermanos8 Una situación insostenible que, por una parte tiene como protagonistas a los trabajadores retratados por Patricio Guzmán en sus reuniones y debates internos en torno al qué hacer ante la situación. Se plantean diversas discusiones que el director toma sin intervención, más allá del relato casi cronológico de los acontecimientos. La voz viva y directa de los obreros de las fábricas, las voces de la clase media y altas opositoras y de los militantes va relatando (sin intención de hacerlo) el proceso histórico que llevó al golpe de estado de 1973. El valor documental de estos hechos, por lo tanto, radica en la contundencia con que está expuesta la realidad, a modo de una ficción guiñada pero que sabemos conscientemente que es una realidad captada en directo. La cámara se mueve según la implicancia más fuerte o más significativa de las palabras y los gestos. Aunque conozcamos el final de la historia, el hilo conductor narrativo comprende una situación de espera intrigante acerca de lo que va a sucedes, guiada por la voz del propio director pero cuya narración es llevada adelante por los protagonistas, o, al menos por buena parte de ellos. “Ellos” precisamente constituyen sujetos colectivos, que presentan mayor importancia que los sujetos individuales, tanto en lo referido a la masa popular que busca sostener al gobierno de Allende como a quienes buscan derrocarlo.
“Los derechos humanos no podemos reducirlos a los asesinatos, está claro que debemos exigir «verdad y justicia», pero también debemos reclamar nuestros derechos económicos, sociales y políticos. Debemos exigir nuestro derecho a un salario digno, a educación de calidad, salud digna, viviendas adecuadas. Todos estos derechos estaban medianamente garantizados antes de la llegada de la dictadura, de hecho la principal tarea de la dictadura fue abolirlos y convertirlos en una mercancía más del mercado”.9 El contenido de estas palabras que Guzmán escribe para el artículo citado, es lo que se re-descubre en La Batalla de Chile, especialmente en esta segunda parte que analizamos, cuando bajo el sonido de un helicóptero la cámara se focaliza en los días de junio de 1973: un fallido intento de golpe de estado donde los tanques deben iniciar la retirada merced a la postura constitucionalista de una parte de las Fuerzas Armadas, entre los cuales se encuentra Augusto Pinochet. Los ecos masivos del cántico “crear poder popular” y “Allende Allende” el pueblo se manifiesta en medio de las balaceras y los disturbios. Las imágenes del pueblo en la calle confrontan con las imágenes de “La insurrección de la burguesía” en que las clases dominantes son tomadas en sus autos y departamentos de lujos, detallando con la cámara sus vestimentas, sus alhajas y sus posturas físicas.
En la tercera parte “El poder popular”, Guzmán recorre con intenso realismo la acción colectiva de los militantes de la Unidad Popular y de los sectores de la población que apoyan la llegada de Allende a la presidencia. El director emprende la narración contando cómo para 1972 el programa propuesto por la Unidad Popular ha sido cumplido casi en su totalidad, por ejemplo, la estatización de la minería, de los bancos, el proceso de reforma agraria, etc. El presidente Allende, a pesar del gran apoyo de la sociedad, es víctima de la intolerancia de la derecha y de la alerta de estados Unidos por un gobierno “marxista” en el Cono Sur de América Latina. Guzmán vuelve a reflejar a través de los discursos de los empresarios y algunos sindicatos que han sido captados por estos, el trabajo de boicot económico y paros que organiza la derecha para quebrar al gobierno. A partir de la huelga patronal de octubre de 1972 el documental reconstruye el proceso de organización del pueblo que busca redefinir sus posiciones frente a la debilidad que parece mostrar el gobierno. Guzmán no intenta reconstruir las divergencias internas de la Unidad Popular entre los partidos que la componen pero pone de manifiesto a través de las voces de los trabajadores un conflicto que empieza a ser cada vez más fuerte: cómo controlar los manejos de la derecha en medio de una lucha pacífica. Se pone en cuestión al idea de la lucha armada a través del MIR e incluso desde los cordones industriales de obreros, idea a la que Allende se opone contundentemente10. Guzmán explica cómo se organizan los Comandos Comunales, y toma entrevistas en diferentes barrios para que los proletarios (como a sí mismos se llaman) cuenten lo que significan dichos comandos para acompañar orgánicamente al gobierno. Ellos discuten y confieren identidad a sus comandos, a la hora de atravesar los problemas de desabastecimientos que afectan la alimentación y la salud. Confieren al comando comunal una institución anti burguesa en la cual se manifiesta la construcción que lleve a los trabajadores al poder. Esencialmente este es el eje de que aborda Guzmán en la tercera parte de La Batalla de Chile. Patricio Guzmán internaliza el mundo de los otros, desde el momento en que esos “otros” no sino los mismos que él, está involucrado. El involucrarse conlleva involucrarse con los protagonistas sociales, de modo que la realidad interpela tanto al autor del documental como a los participantes11.

Jorge Müller y Patricio Guzmán en rodaje de "La batalla de Chile"
Jorge Müller y Patricio Guzmán en rodaje de «La batalla de Chile»

La memoria obstinada
En La memoria obstinada, Patricio Guzmán realiza un enfoque retrospectivo como protagonista de los hechos. Luego de veintitrés años regresa con un compañero a La Moneda y a todos los espacios donde los hechos ocurrieron. La mayor expresividad del documental radica en la memoria, el testimonio y el recuerdo de los compañeros asesinados y desaparecidos. Juan, quien lo acompaña, es uno de los personajes anónimos (como relata el propio director) que había participado en La batalla de Chile. Mientras Guzmán narra las imposibilidades de mostrar sus anteriores documentales en Chile, la cámara acompaña a Juan en su recorrido por La Moneda hacia el balcón por donde hablaba Salvador Allende al pueblo. En el documental se van encontrando fragmentos de entrevistas que intentan captar en un flashback de imágenes y voces, lo que la memoria dice, el sentido de los recuerdos. La importancia de la memoria histórica y política aparece como un sujeto vivo que busca revisar lo que la realidad expresó en La Batalla de Chile. Pero la diferencia es que ahora hablan los ausentes, las fotos, los recuerdos de los compañeros, de los militantes, de aquellos cánticos que en La Batalla… mostraban un presente real y palpable, en La memoria obstinada regresan en el silencio de una lucha sin armas que apela contantemente a la memoria sentimental, nostálgica, como basamento de la necesidad de justicia. La música que alimenta las entrevistas y las imágenes ya no es la del pueblo sino el piano doloroso de Beethoven. Sin embargo, una banda de jóvenes tocan en el centro de Santiago el Himno de la Unidad Popular, mientras recorren sus calles como espejo de la fiesta que significó el triunfo de Allende12.
La memoria obstinada recurre al presente abonando los recuerdos del pasado con una clara intención de dar a conocer lo que sucedió en el período chileno entre 1970 y 1973 a jóvenes que crecieron bajo la dictadura y que desconocen lo que fue el gobierno de la Unidad Popular, sus significados políticos, culturales y sociales. Guzmán narra en el documental cómo proyecta La batalla… para que estos jóvenes tengan una visión de la realidad más cercana a la que les enseñaron o heredaron del pinochetismo. Las imágenes que proyecta para los jóvenes también contienen extractos de documentales extranjeros, lo cual utiliza para confirmar lo hechos que él mismo ha narrado, de manera que resulten aun más creíbles para aquellos que no pueden creer la existencia de asesinatos y campos de concentración. Los jóvenes se convierten en portavoces de sus propios desconocimientos y develan con naturalidad lo que esta nueva visión les genera, comparten con el director sus diferencias, declaran haberse equivocado en cuanto a lo que pensaban y otros mantienen su postura. Todo ello implica demostrarles, más allá de los documentales, el hecho de la posibilidad de poder discernir que solamente otorga la democracia.
Guzmán regresa mediante símbolos al pasado que fue registrando en La batalla… por ejemplo, cuando filma la preparación de carabineros en el Estadio Nacional de Chile y su entrada al mismo para seguridad de un partido de fútbol. Entre los entrevistados, protagonistas de los sucesos, también se encuentra la esposa de Allende y el único familiar sobreviviente que tiene el director, su tío de unos ochenta años. La recurrencia a lo emotivo es uno de los ejes que podrían ponerse en discusión con respecto a la memoria y la historia, sin embargo la subjetividad del director como protagonista no es motivo suficiente como para no recorrer el documental con una mirada analítica seriamente enfocada.


Salvador Allende
“Esto es casi todo lo que queda de Salvador Allende…” narra la voz de Guzmán mientras el objetivo de la cámara se fija en la banda presidencial, una billetera, un reloj, el carnet del Partido Socialista. En este documental el director ofrece un recorrido por la vida del ex presidente chileno. “Salvador Allende marcó mi vida” (expresa Guzmán) y se evoca protagonista una vez más, argumentando que el pasado no pasa, que ha regresado y se ha detenido en el tiempo. El recuerdo, también a modo del flashback tan utilizado por el autor, enlaza el presente con el pasado, entrevistando a las personas más cercanas a Allende, sus colaboradores y algunas personas que fueron miembros de sus gabinetes. El documental sobre Allende no se distancia demasiado de La memoria obstinada desde el punto de vista de la propuesta de encarar la memoria histórica y política. Sólo que esta vez, el tema parte de la figura de Allende para ser colocado nuevamente en una sociedad que desconoce, según el director, la totalidad de los hechos que se sucedieron en los años setenta chilenos. Guzmán se pregunta cómo se puede ser revolucionario y demócrata a la vez, y las diversas respuestas que pueden contestar a esa interrogación son exploradas a través de los familiares de Allende, sus compañeros políticos, sus amigos más cercanos, las imágenes fijas que reconstruyen fotos y otros recuerdos personales del líder de la vía pacífica al socialismo. Cuando Guzmán intenta reconstruir lo ocurrido el día del golpe militar en la casa particular de la familia Allende, tratando de entrevistar a los vecinos para saber qué recuerdan acerca del saqueo que los militares hicieron en aquella casa, se encuentra con personas que no quieren hablar, le cierran la puerta o evaden la pregunta. Esto quizá resulta más explícito para el director que cualquier respuesta que hubiese podido obtener. La memoria no siempre es palabra, puede ser silencio y es justamente ese silencio el que lo dice todo. Tal vez lo más destacado del documental es la reconstrucción que logra Guzmán acerca de la participación de Estados Unidos en comunión con la derecha chilena para derrocar a Allende desde el momento de su asunción, en las entrevistas que va exponiendo por fragmentos al entonces embajador estadounidense en Chile. El lenguaje poético de Patricio Guzmán subraya los principales acontecimientos de la vida de Allende, cruzándolo con la historia que tocó a su tiempo y construyó su gobierno. El director lo hace regresando a fragmentos de sus documentales anteriores, en los cuales la realidad en blanco y negro reafirma el presente en color con que da cuenta de un proceso histórico único que Guzmán considera olvidado para gran parte de la sociedad chilena.

Fidel Castro y Salvador Allende. Cuba, 1971
Fidel Castro y Salvador Allende. Cuba, 1971

Conclusión
Recuperar la memoria del pasado histórico, social y político constituye la clave del cine documental de Patricio guzmán que se intenta analizar en el presente trabajo. Coincidimos con Jacqueline Mouesca cuando dice que La Batalla de Chile se ha convertido en el motor fundamental del género documental chileno y de mayor éxito en el mundo, siendo personaje y testigo de la historia que narra13. Si bien, Guzmán al darle voz al pueblo muestra las vertientes y discusiones en torno a la lucha pacífica o armada, no pone en cuestión en ningún momento la estrategia de vía pacífica al socialismo que intentaba construir Salvador Allende. Con un sentido estético prolijo, exacto acerca de cómo el impacto visual penetra en el espectador, Guzmán maneja el lenguaje cinematográfico en profunda conjunción con los sentimientos y los sentidos de manera que implícitamente indagará a los espectadores sobre sus propias creencias e ideas acerca de ese período histórico chileno. Como se ha afirmado, las voces del pueblo, la lucha de clase en las calles y en las urnas es una manifestación que constituye en los trabajos de Guzmán, un auténtico documento histórico. El reflejo del mismo se halla en La memoria obstinada y en Salvador Allende, documentales que re-construyen y asimilan los resultados de las luchas pasadas, las derrotas, las ausencias, las muertes, las presencias… todo lo que aun se deja oír atravesando los muros del olvido y del silencio impuestos por los años de la dictadura. “Todo documental sobre el pasado nos habla también del presente” como opina Andrés Di Tella14. Será por eso que Patricio Guzmán se introduce en la memoria sin buscar una re-visión sino una puesta en la escena social con La memoria obstinada y Salvador Allende, para derrotar al olvido.

*Universidad Nacional de Mar del Plata.
noelia.historia@gmail.com

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NOTAS

1 Brncic I., Moira. Marmaduke Grove: liderazgo ético. Chile: Ediciones Tierra Mía, 2003
2 De Ramón, A.: Breve Historia de Chile. Desde la invasión Incaica hasta nuestros días (1500-2000). Ed. Biblos. Bs.As. 2001.

3 Harnecker, Marta: La lucha de un pueblo sin armas (Los tres años de gobierno popular). Edición electrónica en http://www.rebelion.org 2003.
4 Patricio Guzmán, en entrevista por Jorge Ruffinelli. http://www.patricioguzman.com/index.php?page=entrevista

5 Garretón, Manuel A. y Tomás Moulián: La Unidad Popular y el conflicto político en Chile. CESOC. Santiago de Chile. 1993.

6 Israel, Ricardo: Chile 1970 – 1973. La democracia que se perdió entre todos. Ed. MN. Santiago de Chile. 2006.
7 Deleuze, Gilles: La imagen-movimiento. Estudios sobre cine I. Paidós. Bs.As. 2005.

8 Modak, Frida: Salvador Allende. Pensamiento y acción. FLACSO-CLACSO. Bs. As. 2008.
9 Patricio Guzman en Unidad Popular: la necesaria lucha por terminar con el capitalismo. Artículo publicado en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=91523 2009.

10 Dos Santos, T.: Problemas estratégicos y tácticos en la revolución socialista en América Latina. En AA.VV “El gobierno de Allende y la lucha por el socialismo en Chile”. UNAM. México. 1976.

11 Perona, Alberto: Ensayos sobre video, documental y cine. Ed. Brujas. Córdoba. 2010.
12 Moulián, Tomás: La Unidad Popular: fiesta, drama y derrota. FLACSO. s/f.

13 Mouesca, Jacqueline: El documental chileno. LOM ediciones. Santiago. 2005.

14 Di Tella, A. El documental y yo. En: Labaki, A. y María D. Mourao (comps.) “El cine de lo real”. Colihue. Bs.As. 2011.

Bibliografía
AA.VV “El gobierno de Allende y la lucha por el socialismo en Chile”. UNAM. México. 1976.
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